Opinión
Educando
en tiempos de
incertidumbre
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Sinceramente, creo que los que somos padres (en mi caso, orgulloso papá de dos hijas maravillosas) coincidiremos también en que un profundo foco de reflexión derivado de esta crisis está siendo para nosotros todo lo relativo a su educación: parar en seco y descubrir que “los días ya no son como antes” o que “lo que esperábamos del futuro ha cambiado”. Todo esto nos está llevando en muchos casos a replantearnos como padres y educadores qué es y qué no es relevante a la hora de ayudar a los niños a desenvolverse en un contexto de tanta incertidumbre.
Como punto de partida, les confieso que soy un “cazador nato de cisnes negros” desde hace muchos años (seguro que muchos lectores ya conocen las reflexiones de Nassim Taleb evidenciando la inevitabilidad en la ocurrencia de eventos a priori del todo imprevisibles y de grandísimo impacto —los llamados “cisnes negros”—), lo que siempre me hace estar a la expectativa del siguiente evento crítico que traiga enormes consecuencias en nuestras vidas. Puede ser un nuevo coronavirus, otro temporal Filomena, un cambio político del todo imprevisible o una “invasión zombie”, vaya. Todos tendemos a pensar que “hoy martes será igual que ayer lunes” o que "el miércoles será similar al día anterior", pero de repente llega un miércoles cualquiera en el que ocurre algo absolutamente imprevisible (un diagnóstico inesperado o un accidente) que cambia por completo nuestra existencia. Creo que eso es la vida, en muchas ocasiones. Y este puede ser también un breve resumen acerca de cómo preveo el futuro que le espera a nuestros hijos: tremendamente cambiante, con crecimientos exponenciales, en el que tendrán que estar preparados para esperar lo inesperable y en el que la adaptación será clave para la supervivencia. Probablemente, cuestiones como la creciente globalización, el desarrollo de la inteligencia artificial o la evolución exponencial del desarrollo científico tengan mucho que ver con estas perspectivas.
Si por una de esas casualidades acierto con esta previsión futura, creo que tendría mucho sentido que como padres —como sociedad, vaya— nos replanteásemos muchos aspectos inherentes a la educación de nuestros hijos: ¿de veras tiene sentido un sistema que fomente más la memorización y repetición que el pensamiento crítico a la hora de afrontar un entorno incierto y cambiante?; ¿seguro que la tendencia a la hiperespecialización a nivel académico y laboral será la solución ante entornos que requerirán una permanente capacidad de improvisación y adaptación al cambio?
Permítanme hacerles otra confesión ante una pregunta que en numerosas ocasiones me plantean las familias de mis centros educativos: no sé qué profesiones tienen más futuro dentro del contexto que se nos plantea para el medio plazo. Lo desconozco.
“Solo podemos dejar a nuestros hijos dos legados duraderos:
uno de ellos son las raíces, el otro son las alas”.
Una vez identificadas estas competencias, no puedo evitar en este momento reflexionar acerca de todos los ejes que integran el modelo educativo que, en teoría, debe permitir a nuestros niños desarrollarlas durante estos años de crecimiento. De partida, ya les anticipo que soy enormemente escéptico ante la esperanza de que el marco normativo que nos define la Administración Pública les ayude en el corto plazo a este respecto. Sin entrar en consideraciones políticas, creo que la reciente aprobación de la LOMLOE es un magnífico ejemplo de la necesidad de dejar de una vez a un lado los intereses partidistas a la hora de afrontar la educación de nuestros hijos y abordar todos juntos (sea a través de un Pacto de Estado por la Educación, o del camino que tenga que ser) los problemas reales de un ámbito tan relevante —y a la vez tan desasistido— como es la Educación.
No obstante, más allá de las carencias que la Ley Educativa de turno nos pueda generar a la hora de preparar a nuestra sociedad futura, sí creo que tanto la familia como el centro educativo tenemos una oportunidad magnífica para, pese a todas las “piedrecitas en el camino” que podamos encontrarnos, sentar las bases que permitan a nuestros hijos desarrollarse en plenitud y encarar, con todas las competencias necesarias, las posibles pandemias, sustos e incertidumbres venideros. Asimismo, es un buen momento para aprovechar todos esos retos, oportunidades y alegrías que les esperan a la vuelta de la esquina. Yendo de la mano y con unos objetivos comunes claros, los padres y los centros educativos tienen un potencial inmenso a la hora de poder dejar un legado sólido a nuestros alumnos. Siempre me viene a la memoria la cita de Hodding Carter a este respecto: “Solo podemos dejar a nuestros hijos dos legados duraderos: uno de ellos son las raíces, el otro son las alas”. Eso es lo que deseo para mis hijas; eso espero que podáis brindar a los vuestros: raíces y alas.
A por ello.
Ignacio Grimá
Presidente de la Sectorial de Centros de Educación Infantil Privados (ACADE)
educacionprivada.org